Crítica de «El régimen del pienso», de La Zaranda, en la ENT, por Pedro Zabalza
El régimen del pienso. Compañía: La Zaranda. Autor: Eusebio Calonge. Dirección: Paco el de la Zaranda. Intérpretes: Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez, Luis Enrique Bustos, Javier Semprún. Lugar y fecha: Escuela Navarra de Teatro, 27/10/2013. Público: dos tercios de entrada.
Pienso, luego expiro
LAS citas con La Zaranda habría que marcarlas en el calendario en rojo. O mejor, en negro: en negro fúnebre, en negro sombrío, trágico y zaino, en el negro crudo del humor negro. En el color que sea, no todos los días nos visita un Premio Nacional de Teatro, así que de algún modo habría que hacer ver que estas ocasiones son fiestas de guardar. Resulta un lujazo disfrutar de las personalísimas propuestas de la compañía jerezana. Un grupo con una voz y una estética propias: descarnadas, rasposas, a tono con los tiempos que vivimos, aunque La Zaranda los lleve viviendo hace ya treinta años.
Suele compararse su estilo con el esperpento. Algo de éste puede rastrearse en sus personajes despiadadamente deformados. No obstante, en El régimen del pienso, el espectáculo que nos traen ahora a la Escuela Navarra de Teatro, me parece encontrarme más con las máscaras expresionistas de Gutiérrez Solana, reflejo de una España negra a la que la crisis le está quitando la capa de enlucido. También hay sombras de Kafka en el via crucis del protagonista, un empleado de un criadero de cerdos que va recorriendo despachos para que alguien le dé razones de su fulminante despido. Y de Larra, al que se cita explícitamente con su Vuelva usted mañana. Y también las encuentro de Orwell, en esa humanización porcina (o porcinización humana) que constituye el eje argumental de la obra escrita por Eusebio Calonge.
Sobre El régimen del pienso planea la sombra de la muerte: la de los cerdos, víctimas de una extraña epidemia que diezma las pocilgas; y la de Martín (nombre obvio, tratándose de cerdos y de muertes), el oficinista despedido y único personaje del que se dice, aunque de pasada, cómo se llama. Esto le restituye un atisbo de humanidad en ese mundo en el que la compasión decrece cuando se trata de ganarse el pienso. Es mejor no pensar demasiado. Tampoco sentir mucho. La idea central se resume en una frase al principio de la obra: «Se matan entre ellos porque se les acaba el pienso; cuando les sobra, se matan solos; y al que está enfermo, lo matan entre todos». Habla de los cerdos, pero es evidente que esa falta de falta de humanidad es más propia de los humanos.
Hubo algún momento en la función en el que temí que el discurso de El régimen del pienso pecara de excesivamente maniqueo. Hombre, puede que algo de esto haya. Los personajes no son precisamente sinuosos. Tienen más bien el carácter monolítico de los arquetipos, pero lo que se pretende mostrar es la epopeya trágica del marginado, y, en busca de ese propósito, la propuesta de La Zaranda es irreprochable. También lo es en la puesta en escena. La dirección de Paco el de la Zaranda echa mano de un hábil aprovechamiento de los mínimos recursos materiales para construir los espacios de esta oficina casi decimonónica: anaqueles metálicos, flexos de la era del prediseño, archivadores, sellos de caucho… Todo desprende un aroma a rancio, como de descomposición de un universo decrépito, pero todavía reconocible. Y a esto se le saca un espléndido partido teatral, transformando las estanterías en mesas, sean de oficina o de disección; o logrando una iluminación mortecina con la tenue luz de las bombillas de las lámparas. Con una sorna nada disimulada, en un momento del espectáculo se permiten incluso ironizar sobre los grandes espectáculos montados a golpe de subvención. La Zaranda demuestra que, para ser grandes, o al menos para sobrevivir tres décadas, creándose una legión de fieles, resulta más importante tener ideas: pensar es existir.
Pedro Zabalza en Diario de Noticias y en el blog oscuro final.
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