Aquí va a pasar algo. Compañía: Zanguango Teatro. Autores: Miguel Muñoz, Txubio Fernández de Jáuregui, Miguel Garcés. Dirección: Miguel Muñoz. Intérpretes: Txubio Fernández de Jáuregui, Miguel Garcés. Lugar y fecha: Casa de Cultura del Valle de Mutilva Alta. Público: tres cuartos de la sala.

Desmemoriados por el parque

LA compañía Zanguango Teatro va acumulando un número considerable de años de actividad. Quizá por pensar en la importancia del tiempo y de los recuerdos se les ha ocurrido componer un espectáculo sobre la memoria. O sobre su falta, que la memoria es una de esas cosas de cuya importancia solo nos percatamos con su ausencia. Aquí va a pasar algo sostiene desde su título la sombra de una amenaza o de una advertencia. Solo la sombra, porque, en realidad, nunca pasa nada. Dos personajes sin nombre (o con incontables nombres, porque se van dando uno nuevo cada vez que se dirigen el uno al otro) pasan el rato en un parque. Hojas muertas de otoño en el suelo, un banco, una canasta de baloncesto y un par de columpios: es un espacio reconocible, pero, en realidad, es un lugar neutro. Podrían estar en un parque como en la recepción de un hotel, en una pista de patinaje sobre hielo o en la sala de máquinas de un submarino nuclear. Ellos están allí, compartiendo recuerdos que se inventan como si esperaran que, por serendipia, alguna de esas historias imaginadas encaje en el puzzle inacabado de su memoria.

Tienen algo de Vladimiro y Estragón estos tipos. No esperan a Godot, tal vez porque no se acuerdan de que han quedado allí con él, pero parece que nadie les espera a ellos tampoco. Podrían dejar el parque si supieran dónde ir, pero siguen allí en busca de una revelación que no llega. Son como un cruce de Beckett con un caso del doctor Oliver Sacks.

Podría dar la falsa impresión de que estamos hablando de algo dramático y trascendente, y tal vez lo sea en el fondo, pero no es el tono que Zanguango ha querido dar a este espectáculo. Hay algo lúdico en el modo en que se anudan unos diálogos en los que los personajes tratan muchas veces de confundir al contrario antes que de hallar el rastro de su recuerdo. El resultado es francamente divertido, aunque reconozco que me pide el cuerpo saber algo más de estos personajes: por qué están allí, quiénes son o qué les va a pasar. Estas preguntas se quedan sin respuesta. De modo que la compañía tiene que esforzarse por mantener el interés y superarse en cada escena, una vez que queda establecido que de la historia de los personajes vamos a saber poco. En este crescendo, las reglas del juego pueden retorcerse y reinterpretarse, y, si es necesario salirse de la ficción de que nos encontramos en un parque y bajar al patio de butacas para involucrar al espectador, pues se hace sin mayores miramientos. Es lo que tiene ser amnésico: que las normas se olvidan. En fin, el caso es que lo hacen con mucha gracia.

No obstante, rascando la apariencia de unos diálogos divertidos, podríamos encontrarnos con un retrato más sombrío de lo que ofrece una primera impresión. Como si quisieran advertirnos de ello, en los escasos momentos en los que la pareja protagonista concede un descanso a su verborrea, un silencio sombrío se apodera de la escena, como si intentaran escuchar los ecos de su memoria perdida. Al no lograrlo, vuelve el tráfago de palabras. Palabras que seguramente oculten más de lo que comunican.

Pedro Zabalza