El proyecto Laramie. Autores: Moisés Kaufman y Tectonic Theater. Dirección: Julián Fuentes Reta. Intérpretes: Ana Cerdeiriña, Mónica Dorta, Iñaki Guevara, Jorge Muriel, Diego Santos, Consuelo Trujillo, Victoria dal Vera, Antonio Mulero-Carrasco. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 20/10/12. Público: media sala.

Superados por la realidad

HAY dichos y tópicos que me sublevan. Uno de los que más es el muy discutible A quien madruga Dios le ayuda, pero no vamos a profundizar en las razones. Tomemos este otro: La realidad supera siempre a la ficción. Se refiere, obviamente, a la posibilidad de que la realidad engendre situaciones tan monstruosas o descabelladas que no habríamos podido ni imaginarlas. Esto es porque a la realidad no se le exige una cosa que sí se le pide a la ficción: verosimilitud. Magnífica paradoja. No menos paradójica que esta otra: la ficción puede explicar la realidad mejor que esta misma. Para eso hace falta alguien que seleccione y depure la multitud de caras y enfoques que pueden tener los sucesos para mostrarnos finalmente su esencia. Para explicar la realidad, en cierto grado hay que falsearla. Y esto es hacer ficción.

Imagino que esta responsabilidad puede generar cierto vértigo: quién soy yo, puede pensar un autor, para decirle a la gente lo que es verdad y lo que no. Nada, nada: yo les doy los hechos y luego que cada uno saque sus conclusiones. Supongo que esta pretensión hiperrealista está detrás de El proyecto Laramie. Partimos de un suceso real: en 1998, Mathew Shepard, un joven homosexual de una pequeña ciudad del medio oeste americano, es apaleado hasta la muerte por dos chicos de su misma edad. El proyecto Laramie reproduce con minuciosidad los testimonios de algunas personas vinculadas de algún modo con el hecho: amigos de la víctima, las últimas personas que lo vieron con vida, el médico que lo trató en el hospital, pero también vecinos de Laramie, representantes de la localidad o miembros de la comunidad gay local.

Rememorando algún precedente teatral de algún experimento más o menos similar, he encontrado uno cercano, Nuestra clase, sobre la matanza de judíos de un pueblo polaco a manos de sus propios vecinos; y otro más lejano, Nacidos culpables, obra en la que Ttanttaka reproducía entrevistas con hijos de criminales nazis. Ambas tenían ese acercamiento documental, y en ambas hubo momentos en los que me estremecí. Puede que la materia prima de estas dos obras fuera más generadora de estremecimientos que la de El proyecto Laramie. Puede. También creo que, en esta última, la intención omnicomprensiva del hecho lleva a un cierto predominio de la banalidad y de la redundancia. Hablando en plata: se me hizo bastante larga.

Si pienso ahora en momentos que me provocaran verdadera emoción o empatía, encuentro pocos: el de la policía que pudo haberse contagiado de VIH por reanimar a Mathew; el del chico aspirante a actor que quiere hacer Ángeles en América pese a la oposición de su familia; o el de la amiga de la víctima que planta cara a un predicador ultra. No pretendo tener el patrón universal de emociones, así que no voy a decir que estas sean las únicas, pero entiendo que la obra pide un acercamiento más intelectual y menos intuitivo. La multitud de escenas me hace suponer que se concibe como una especie de cluedo teleológico: sabemos quién cometió el asesinato, encontremos ahora sus causas últimas. Interpreto que quiere sugerirse que estos crímenes no suceden tanto porque haya una infinitesimal minoría dispuesta a cometerlos, sino porque hay una amplia mayoría empeñada en señalar el comportamiento de las víctimas como perverso, antinatural o desviado de la norma.

Si esa es la idea, la comparto en parte, pero su exposición me deja algo frío. No quiero, de todos modos, empañar lo que sí me pareció un buen trabajo interpretativo. La función requiere una exigente labor de sincronización y de versatilidad actoral y, salvo algún disculpable desajuste, el elenco resulta un sólido bloque coral. Hay también destellos de imaginación en la puesta en escena, como el partido que se les saca a unas pequeñas linternas en varios momentos. Y es mérito de toda la compañía que no se eche en falta ningún elemento en una escena casi desnuda para abarcar todos los espacios en los que sucede la acción.