Siempre recuerdo lo que bebe la gente. Menos esta vez. La dimensión del personaje no deja sitio para otros datos. No era científico, filósofo o ilustre pensador. Tampoco premio Nobel, Príncipe de Asturias o Pulitzer. Pero uno valora a la gente según sus propios parámetros y los míos son los que son. Y este hombre está muy arriba. Ahora que lo pienso, apostaría a que fue un whisky. Pero no sé si llevaba ginger ale o hielo. Solo tengo claro que no se lo tomó solo. Al entrar al restaurante se percató de nuestra llegada y se levantó para saludar a Ramontxu. Él lo llamaba Ramoncito. Acordamos compartir una copa al finalizar nuestras respectivas cenas y regresó a su mesa. Su presencia, y la perspectiva de la sobremesa, nos provocaron animadas conversaciones sobre él. Al fin y al cabo, se trataba de un actor que siempre formará parte de nuestras vidas. Sancho Gracia. Un hombre, tras el que se esconden cientos de personajes. Y, por encima de todos, Curro Jiménez. Aquella noche, pese a estar en Marbella, nuestras mentes viajaron a la Serranía de Ronda. Y allí galopamos, bajo la luna, junto al famoso bandolero.
Finalizada la cena se acercó. Le acompañaba su mujer, Noelia Aguirre. Una conocida periodista, de una respetada familia de Uruguay. Allí la conoció. En la tierra que acogió a sus padres cuando tuvieron que emigrar tras la Guerra Civil. No debe ser fácil compartir la vida con un actor. Y menos con alguien como él. Pero se les veía bien. Como esas parejas que se conocen tanto, que respetan los secretos del otro. Y, hablando de ellos, contaron cosas que desconocíamos. Por ejemplo de Uruguay, de cómo se enamoraron, del día que se conocieron las familias… Pero también hablamos de los vascos. Tres de los seis presentes lo éramos y Sancho había vivido momentos históricos, tanto allí como aquí, con vascos como protagonistas. «Además, mi mujer es de origen vasco». Y surgió la política. Fue entonces cuando descubrimos al hombre tras el actor. No en vano, había compartido conversaciones con políticos, jefes de estado, exiliados, refugiados… Hablaba clarito. Con esa voz de Curro Jiménez cuando se confiesa ante el Estudiante, el Gitano y el Algarrobo. Entenderán que me guarde aquellas opiniones y otros asuntos de carácter personal. Pero puedo contarles algunas historias que no dudaba en compartir con quien quisiera escucharle. Como la venta del caballo de Curro Jiménez.
«Lo vendieron, que yo sepa, diez veces». Cuando lo soltó, Noelia asintió y el resto abrimos ojos y oídos. Desde que arrancó la serie, en 1976, no había día en el que no intentaran comprar el caballo. Un ejemplar que todo el mundo conocía a la perfección. O quizá no. Porque alguien, no diré quién, se encargó de timar a gentes de posibles afirmando que, lo que vendía, era el auténtico caballo de Curro Jiménez. Así cayeron millonarios, caprichosos, fantasmones… y monarcas. No el Rey directamente, pero sí alguien que quiso agasajarle. «Un día me dice el Rey que le han regalado mi caballo y casi me da un infarto. ¡Lo había montado esa misma mañana en el rodaje!». Y tras decirlo, rompió a reír. «Nunca tuve huevos para contarle la verdad. Aunque al final se enteró y se lo tomó con humor», añadió, mientras guardábamos sus palabras para rumiarlas después.
Como lo que supuso en su momento la serie Curro Jiménez. «Imaginaos en aquéllos tiempos proponer a TVE una serie sobre un bandolero que roba a los ricos para dar a los pobres». Pero lo de dar caña a los franceses hizo que los censores no vieran más allá. «Curro Jiménez era un revolucionario y la todavía televisión del régimen lo convirtió en un mito. ¡No me digáis que no es surrealista, carajo!». Pues sí. Pero Sancho Gracia es más que Curro Jiménez. Y les hablo en presente porque los actores nunca se van. Quedan sus personajes. Como el que interpretó en series como Los tres mosqueteros y la inolvidable Los camioneros. O papeles memorables, como el que bordó en La Comunidad, de Álex de la Iglesia, o en La Caja 507 de Enrique Urbizu. «Cuando llegó calvo por la quimio y comenzó a ensayar la escena todos nos emocionamos. Es un grande con mayúsculas y lo que hizo allí, pese a estar como estaba fue magia», contaba Urbizu en una comida previa al estreno. Llevaba tiempo tratándose el cáncer. En 2001 ya fue operado de un tumor en un pulmón. Pero lo soportaba como lo que era. Un luchador. Capaz de sorprenderte con algo divertido cuando todo se está derrumbando. Recuerdo que, tras hablar de un tema triste, cambió de tercio y confesó que siempre que hacía una trastada decía: «Recuerden, mi nombre es Pepe Sancho». Y las culpas, para ‘El estudiante’.
Fue un enamorado de la radio, en la que trabajó poniendo voz a obras y seriales, y señor del cine y la televisión. Por eso le imagino orgulloso estos últimos años de que su hijo Rodolfo siguiera su senda. «Un actor siempre tiene que aprender». Como cuando Robert Taylor me explicó que en una escena en la que debía entrar en una habitación y disparar, estaba cometiendo un error, Taylor le dijo: no grites, entra, suelta la frase lentamente y dispara, resultará más potente». Cada vez que veo 800 balas no puedo evitar recordar que en ese personaje hay mucho de Sancho Gracia. El hombre con el que compartimos una copa que jamás olvidaré. Solo por eso y por haber llenado de aventuras mi infancia, juro por el trabuco de Curro Jiménez que esta noche tomaré una copa mirando hacia el suroeste. Hacia la Serranía de Ronda. A la tierra del bandolero. No la veré, pero la imaginaré. Y despediré a Sancho Gracia mientras cabalga hacia el horizonte. Salud, maestro. Y que le vaya bonito.
Ion Uriarte en El Correo de Bilbao. 10-agosto-2012