- by Victor Iriarte Ruiz
- on 1st marzo 2012
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La Ortiga adapta en «El idiota» el clásico checo «Las aventuras del buen soldado Svejk»
El idiota, la nueva propuesta de la compañía navarra La Ortiga TDS, le permite cumplir diez años de existencia al grupo. El estreno será este viernes 2 de marzo, a las 21.00 horas, en la casa de cultura del valle de Aranguren, donde volverá a representarse el domingo, esta vez a las 20.00 horas.
Basado en la novela Las aventuras del valeroso soldado Svejk, del autor checo Jaroslav Hasek, el espectáculo está protagonizado por un personaje al que todos llaman idiota, apelativo que él asume con absoluta naturalidad. Un personaje desconcertante que va recorriendo distintos estamentos, desde la familia al ejército, pasando por la policía, un juzgado, un manicomio, una taberna y la calle. Este viaje muestra cómo algunas de las herramientas que se han articulado en el seno de la sociedad -autoritarismo, vanidad, violencia, guerra- se ceban con los más débiles. En este caso, sobre un ser dispuesto a ser feliz que no se deja hundir con la mofa de los demás y que siempre es positivo. «Le pasan cosas malas, pero sigue adelante con alegría y vitalidad», explica Eneko Otermin, que se ha rapado la cabeza para dar vida a este tipo.
«Es un personaje inclasificable», dice Ángel Sagüés, que vuelve a dirigir a La Ortiga en su décimo cumpleaños. Para él, la actualidad del protagonista de esta historia está en que va a contracorriente y, de algún modo, «reivindica a los marginados, a la gente invisible y sin voz que siempre permanece apartada». En ese sentido, Sagüés encuentra un paralelismo entre este protagonista y el Quijote, «porque alucina con lo que ve», dice el director, que ha traslado la acción desde los momentos previos a la Primera Guerra Mundial en el original a los de la Guerra Civil española y ha apostado por una puesta en escena en la que la música, el espacio, los movimientos y la manera de decir el texto confieren al montaje una forma especial.
Intuición y Brecht. «Seguramente es lo más intuitivo que he hecho hasta ahora», apunta. Y subraya que la búsqueda de ese lenguaje personal «ha sido muy estimulante». Pero también complicado y exigente, porque, como reconocen los miembros del grupo, Sagüés les ha hecho andar y desandar muchos caminos, algunos de ellos dolorosos, para encontrar lo que los personajes requieren. «Ha sido difícil», señala Iratxe García. Sobre todo porque «son completamente distintos a los que nos encontrarnos en la realidad», añade Ion Iraizoz, que, al igual que sus compañeros, agradece que el director navarro les lleve «un poco más lejos» cada vez.
En el empeño de profundizar en forma y fondo, Sagüés ha diseñado una puesta en escena «un tanto brechtiana», con un armario como elemento central, una especie de «caja mágica» que el público puede ir abriendo con la cuerda que se coloca en el patio de butacas. «Los personajes entran, salen, se cambian… Todo a la vista de los espectadores», de modo que El idiota también es un homenaje al propio arte de hacer teatro.
Sin concesiones. Ángel Sagüés ha sido una constante en la trayectoria de La Ortiga. Un «padre teatral». En 2002 dirigió su primer montaje, Los Justos, adaptación de la obra de Albert Camus, y, desde entonces, se ha ido reencontrando con el grupo en distintos momentos. La ceguera, Ubú Cabrón, El maqui, Pic-Nic, Invierno eseoese, Luces de bohemia, Momo… Así hasta diez espectáculos en los que el director y los actores han ido creciendo juntos. «La materia prima de mi trabajo han sido siempre sus cuerpos y sus cabezas», indica Sagüés, que ha ido abordando propuestas estéticas a medida que la evolución vital y profesional de los intérpretes se lo han permitido. «En una década, han cambiado mucho y ahora pueden abordar claves que al principio no podían asumir».
Joseba Morrás coincide: «Empezamos siendo veinteañeros y ahora ya pasamos de 30, por lo que hemos cambiado tanto en el escenario como en la vida». Para Santi Litago, al principio La Ortiga era una forma de juntarse con los amigos y «un canal de expresión». Pero, con los años, el hobby ha pasado a ser una profesión, «una forma de vida» para muchos de los componentes de la compañía. Otros comparten su pasión por el teatro con otros oficios y todos, seis de los once que aún siguen en la brecha, han querido reunirse una vez más «para celebrar que seguimos estando vivos y seguimos con nuestro proyecto».
Porque la madurez no ha hecho sino consolidar una idea de las artes escénicas que subyace en el acrónimo que acompaña al nombre del grupo, Teatro de Denuncia Social (TDS). «Ahora tenemos más experiencia y nos conocemos mejor, pero seguimos apostando por la misma atmósfera y la misma forma de hacer, sin pensar en si gustará o será comercial», dice Iratxe García. «La Ortiga hace lo que siente», agrega Morrás. «El teatro puede ser ocio y entretenimiento, pero también arte y comunicación; nosotros apostamos por lo segundo y pedimos a instituciones y programadores que también perciban esta posibilidad», subraya Iraizoz. Quizá porque, como comenta Sagüés, no hay mayor «honestidad» que tener la cabeza amueblada y hacer lo que se quiere hacer, convirtiendo al público en cómplice de historias como El idiota, que, a juicio del director «enganchará» porque es un montaje «muy rico en matices» y «dice tantas cosas…».
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