Luis Remartínez, director musical de la zarzuela El dúo de La africana, producción propia del Teatro Gayarre que se estrena el viernes y el sábado en Pamplona, es el invitado del programa El apuntador de esta semana.
Un montaje que trata de rendir homenaje a todos los oficios de la escena. La adaptación de la obra, porque el original sólo dura una hora, al tratarse de una zarzuela de «género chico», cuenta con varias apariciones sorprendentes sobre las tablas, casos de Julián Gayarre y Pablo Sarasate, que formarán parte, si quiera por unos instantes, de la peculiar troupe imaginada en el siglo XIX por Miguel Echegaray para la música de Manuel Fernández Caballero.

Como una «broma dentro del teatro» califica Remartínez esta producción, la octava del Gayarre desde que retornó a manos del Ayuntamiento de Pamplona (seis títulos y dos reposiciones). Como dice la directora del teatro, Ana Zabalegui, El dúo de La Africana absorbe la experiencia acumulada en El asombro de Damasco, La canción del olvido, Katiuska, Maruxa y La Generala, cinco producciones que han implicado a numerosos profesionales del ámbito de la interpretación, la escenografía, figurinistas, iluminadores, maquinistas, etcétera, «que bien pudieran estar trabajando en un teatro lírico de primera línea». No en vano, estos espectáculos han girado por recintos de todo el país, desde San Sebastián hasta Santander pasando por Málaga o Las Palmas, al más alto nivel.

Y, de entre todos esos profesionales, 150 esta vez, repiten el escenógrafo y pintor Tomás Muñoz y Gabriela Salaverri, en el vestuario, así como la Orquesta Sinfónica de Navarra y el Coro Lírico de Navarra, cuyos componentes, en este último caso, «hacen un esfuerzo muy especial como cantantes a la vez que actores», apunta Zabalegui, que destaca también la gran cantidad de nombres navarros que nutren la nómina artística del espectáculo. Tales como José Mari Asín, Jesús Idoate, Marta Juániz, Aurora Moneo, Pablo Sánchez, Daniel Gutiérrez, y Pablo Aznárez. Liderando esta lista aparecen María Rey-Joly, como la Antonelli, tiple principal y esposa del empresario Querubini, al que da vida Lander Iglesias, y Guillermo Orozco, que hace doblete como Giuseppini, pretendiente de la protagonista, y como Julián Gayarre. Ya se aprecia que los enredos están a la orden del día en esta historia centrada en las vicisitudes de una compañía ambulante de ópera italiana cuyos miembros están hartos de la precariedad a la que les somete el productor, quien se atreve a recriminarles la mala calidad que están mostrando en los ensayos del próximo estreno, La Africana, de Meyerbeer. Y Querubini es tan tacaño que decide contar con Giusepinni, un joven tenor que actuará gratis, aun cuando, como sabe todo el elenco, éste se entiende con su mujer.

La zarzuela, representada por primera vez en 1893 en el Teatro Apolo de Madrid, tuvo un éxito arrollador entre el público de la época, entusiasmado con la obra en general y con la jota que el dúo protagonista entona, en particular, y que Manuel Fernández Caballero escribió en una noche de inspiración. En opinión de Luis Remartínez, la buena acogida se debió, seguramente, a que se trata de una zarzuela «muy equilibrada» tanto en la parte musical como en la escénica. Y más en el caso de la producción del Gayarre, porque, según el director musical, la labor de Ignacio Aranaz, que no compareció ante los medios, destaca por el modo en que dirige a los actores y el texto, acercando al público el mundo del teatro de una manera más sencilla y natural.

María Rey-Joly considera que la obra está llevada «con mucho humor y gracia», Lander Iglesias subraya la «solvencia del texto» y Guillermo Orozco, para el que ha sido todo un reto ponerse en la piel y en la voz de Julián Gayarre en un momento de la función, ha declarado: «Menos mal que no quedan grabaciones de él», bromea. Junto a él, el joven violinista pamplonés Pablo Aznárez, de 13 años, encarnará, «con mucho talento», al célebre Pablo Sarasate, de cuya muerte este año se conmemoran cien años.

La escenografía es, a juicio de Ana Zabalegui, otro de los aciertos de esta propuesta. En concreto, Tomás Muñoz ha optado por un juego de espejos y de telones pintados, con un fondo en el que aparece una imagen del patio de butacas del Gayarre tomada por el fotógrafo Patxi Cascante.