Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Hamlet», de Miguel del Arco, en el Teatro Gayarre
CRÍTICA TEATRO
HAMLET. Compañía: Kamikace Producciones y Compañía Nacional de Teatro Clásico (Madrid). Autor: William Shakespeare. Versión y dirección: Miguel del Arco. Intérpretes: Israel Elejalde, Ana Wagener, Ángela Cremonte, Daniel Freire, José Luis Martínez, Cristóbal Suárez y Jorge Kent. Escenografía: Eduardo Moreno. Iluminación: Juanjo Llorens. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Domingo 10 de abril. Público: Ochocientos espectadores, casi lleno.
Hamlet terrenal
Primer Shakespeare que nos llega en el 400 aniversario de la muerte del genio y entra en vena con la potencia de una poderosa droga, gracias al talento descomunal de Miguel del Arco, el director del momento, tan impactante aquí como en sus versiones de El misántropo o Antígona. No se inicia la obra con el espectro del rey muerto paseándose por las almenas de Elsinor pidiendo venganza, con lo que la versión se vuelve terrenal, menos ajena, y, por eso mismo, más desgarrada. No es un destino infausto quien guía al príncipe danés por mediación de un fantasma, sino la abrasiva sospecha de que Claudio ganó trono y esposa tras asesinar a su hermano, el padre de Hamlet. Y por esa razón todo el espacio escénico está presidido por una cama, el lugar donde emergen y arraigan las pesadillas que conducirán a la tragedia. También donde el nuevo rey goza a la madre a la vista de la corte. Otro hallazgo. En este Hamlet el personaje no duda. Nunca se muestra melifluo ni pusilánime, sino que se lanza como perro de presa a transformar presentimientos en certezas. Lo muestra colocándose la máscara con la que simulará sus intenciones, escena de gran potencia visual, muy empática, pues el público ve su ardid y se hace cómplice en su indagación. Los treinta primeros minutos de la función son memorables por su dinamismo, al condensar varias escenas discursivas en torno a la cama donde el príncipe yace con Ofelia, relatadas a modo de flash-back, lo que da un impulso inusitado a la acción. Así se adapta un clásico al imaginario de un espectador de hoy, sí señor.
La otra arma de Del Arco es su protagonista, Israel Elejalde, quien domina todo los registros interpretativos: natural, atormentado, cómico, mordaz, melancólico y, ya de regreso a Dinamarca, entre derrotado y suicida. Es un actor sobresaliente cuyo brillo todavía se evidencia más frente a grandes replicantes, como José Luis Martínez, quien encarna con contenida vis cómica tanto a un Polonio lameculos al límite de lo ridículo como a los otros dos personajes de comedia, el enterrador y Osric antes del duelo a mala baba con Laertes. Y en sus escenas con Ángela Cremonte como Ofelia, un catálogo de los estadios del amor-odio. O con Ana Wagener, Gertrudis, en el conmovedor diálogo del arrepentimiento ante su hijo (curiosamente traducida sin el poderoso “Buenas noches, madre”). Otro momento para el recuerdo es la representación teatral, donde la pareja real dobla a los cómicos, él argentino, un guiño inteligente. Lástima que a Daniel Freire se le escape el acento después como Claudio. Es fascinante cómo con sólo siete intérpretes logra Del Arco contar la tragedia sin amputar la sustancia del texto.
La puesta en escena rema a favor. Hay mucha iluminación lateral y a ras del suelo, siempre luz blanca, que proyecta sombras en los rostros y acentúa los rasgos tenebristas que necesita la tragedia. Vestuario en negros, a excepción del momento de locura de Ofelia, con su chirriante vestido rojo (puesta en escena muy “british”, quizá inspirada en el Macbeth de Cheek by Jowl de 2010). Las proyecciones –nieve, fuegos de artificio, oleaje…– nos recuerdan el atormentado cerebro de Hamlet, que morirá pisando tierra, después de que en otro momento memorable del montaje desciende lentamente el techo y la cama se convierte en sepultura. Teatro de muchos kilates.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el martes 12 de abril de 2016.
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