Compañía: Fueradeleje Danza. Programa: 4 Estaciones: con coreografía del grupo y música de Vivaldi. Intérpretes: Olaia Nagore, Itxaso Etxepeteleku, Miriam Remírez e Iñaki Fortún. Programación: Ayuntamiento de Pamplona. Lugar: Civivox Iturrama. Fecha: 16 de octubre de 2014. Público: lleno (3 euros).

Buen tiempo

Pocos coreógrafos se han resistido al encanto de la sublime partitura de las cuatro estaciones de Vivaldi: hace treinta años, Roland Petit y su ballet de Marsella deslumbraron con su versión en la plaza de San Marcos de Venecia, delante de la iglesia de la que el padre del compositor era violinista, y a la que el propio Vivaldi perteneció. De ahí hasta versiones un tanto pop, todos -con más o menos fortuna- han querido poner movimiento en una música, siempre en movimiento, que, también, casi siempre, se impone al bailarín, parece abrumarle y, a menudo le supera. Fueradeleje hace un planteamiento inteligente y deriva el espectáculo al juego con elementos plásticos, audiovisuales y un vestuario francamente logrado; más que a una caligrafía corporal de puros pasos coreográficos. Todo a base de imaginación, más que con caras producciones. Dominan muy bien los aparatos que introducen en la escena. Y hay detalles en las proyecciones también muy logrados -el otoño, por ejemplo, donde la cámara baila más que los propios intérpretes-. El espectáculo es vivaz, colorista, ágil, sin excesivo compromiso coreográfico, pero sí con una realización rotunda de lo que se pretende hacer; y un buen apropiamiento del espacio y del tiempo, sin vacíos para el espectador. Hay mucho suelo, quizás se abuse un poco de la voltereta y de ese giro de brazos abiertos, un tanto indeterminado; pero también es luminosa y ordenada, como la propia naturaleza, la simetría con la que se cierran algunos pasajes de plenitud orquestal. Hay que verlo todo con cierta dosis de ingenuidad; prueba de ello es que, en la sala, había bastantes niños y se estuvieron quietos como mazos.

Manda la música de Vivaldi, y los bailarines -en un trabajo muy coral, aunque con peculiaridades propias- dan brochazos de color -al final, literalmente-, a esa música. Rara vez aparece el cuerpo desprovisto de una herramienta, y, siempre se adapta bien a ella: muy logrado el sentido del humor del intercambio de abrigos, con detalles de pompas de jabón; eficaz, imaginativo y volátil el vestuario de copos de nieve; menos el del plástico y el agua (aquí, en el largo del Invierno, uno hubiera querido puntas, remedando el repiqueteo de la lluvia); austero, pero muy equilibrado, ese otoño que dialoga entre los intérpretes y la imagen -hay que felicitar a los técnicos-; y magnífico el juego especular del cuerpo de baile y la proyección, al final, con excelentes pasos zoomorfos -sobre todo reptantes- que acaban pintando el largo de la Primavera. Muy buena idea la de terminar con ese cuadro de Miró, sobre el suelo del escenario: resumen, como la pintura del pintor catalán, de la profunda ingenuidad y vuelo de la velada. Velada muy aplaudida, por cierto.

Por Teobaldos. Publicada en Diario de Noticias el martes 21 de octubre de 2014.