CRÍTICA TEATRO

MARIBEL Y LA EXTRAÑA FAMILIA. Productora: Grey Garden. Autor: Miguel Mihura. Dirección: Gerardo Vera.  Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar. Intérpretes: Lucía Quintana, Markos Marín, Ana María Vidal, Sonsoles Benedicto, Chiqui Fernández, Lidia Otón, Macarena Sanz, Javier Lara y Abel Vitón. Lugar: Baluarte. Fecha: Sábado 15 de febrero. Público: Media entrada en la función anunciada con posterioridad a presentarse la programación, al agotarse en venta anticipada la función del domingo.

Un Mihura “modenno”

El gran Miguel Mihura ha sido objeto del más significativo (aunque involuntario) homenaje posible. Gerardo Vera, como director del Centro Dramático Nacional entre 2004 y 2011, apenas prestó atención al tipo de comedia en que se inscribe Maribel, y se podrían contar con los dedos de una oreja los montajes que le dedicó. Pero lo ha escogido ahora que vuelve a ser empresario privado. Cuando se juega los cuartos. O sea: cuando lo que importa es el público. Y es que queda muy “modenno” programar Chejov, Pinter, Müller, Valle, Schiller o Nieva (que están muy bien), pero al final, siempre se vuelve a Mihura, o a Jardiel, como clásicos incontestables que son, aunque algunos todavía sigan sin darse por enterados.

“Modenno” como es Vera, en el programa de mano hace un amago de justificación y dice que ha montado Maribel “como si el propio Mihura la hubiese revisado hoy”. ¡Ay si don Miguel hablara, con lo bien que conocía este percal! Esta obra fue encargo expreso de una millonaria venezolana que decidió ser actriz y que se formó en NY y París. Mihura trataba a Maritza Caballero con su puntito de desdén y mucha sorna (“es una de esas raras a las que le gusta Medea, no te digo más”, ironizaba), pero se sentía en deuda con ella y le escribió un éxito que alcanzó mil representaciones.

Maribel es una comedia redonda, pero Vera ha intentado una “lectura elocuente” del texto. Traducción: le añade unos intermedios proyectados a modo de Nodo entre actos (bueno, vale, tiene sentido), toca algunos diálogos y mete algún taco (qué manía) y “subraya” con proyecciones el misterio del lago desde la primera escena (hurtando al público parte de la sorpresa del tercer acto; para mí, mal). Pero lo peor no es eso, sino que ha estado en un tris de destrozar la obra, pues ha arriesgado toda la credibilidad de la trama con una decisión estúpida: llevar la obra a la inmediata postguerra española, cuando está escrita en 1959, momento en que España inicia su desarrollismo. Y me explico: es la historia de un paleto de visita en Madrid que lleva a casa a una prostituta a la que acaba de conocer, y engañada, pues va a pedirle en matrimonio. Y todos a su alrededor la confunden con una chica de ese nuevo tiempo, que fuma, trabaja, vive sola y viste con desparpajo. Eso no se sostiene en 1941, donde todo estaba claro y meridiano. Esta decisión, errada, permite exhibir peinados y figurines que, hay que reconocer, están muy conseguidos.

La modernidad de la escenografía es una coartada. No se sostiene, por pobretona. Aquí no caben improvisaciones: la comedia pide casa muy pasada de moda en Madrid, con despachos que nunca se abren, hasta que alguien sale de allí provocando un susto de muerte a las putillas. Y una puerta camuflada en la casa rural para incrementar el pánico. Más sorprendente todavía fue la pésima iluminación, ¡lateral!, lo que provocó sombras sobre los actores situados a la izquierda del espectador.

¿Por qué la gente disfrutó? Porque, el reparto principal está muy bien y Vera, justo es reconocerlo, dirige con tino y hace un tercer acto estupendo, generando el clima de ambigüedad y tensión precisos sobre si el novio, en el fondo, es un asesino. Y porque Mihura es grande y lo aguanta todo.

VÍCTOR IRIARTE en Diario de Noticias (19-02-2014)