«…un fenómeno extraordinario, casi inexplicable, que por ser común entre nosotros ya lo damos melancólicamente por supuesto: la paradoja que en un país con un patrimonio cultural tan formidable como España exista un desprecio tan extendido, público y privado, hacia casi cualquier forma de trabajo intelectual o creativo. Es como si en un país rico en minas de oro todo lo relacionado con el oro se considerara deshonroso, y los que trabajaran de algún modo en su extracción o su comercio merecieran el recelo o la abierta agresividad de la ciudadanía, y los poderes públicos, en vez de favorecer esa fuente de riqueza, hicieran lo posible por perjudicarla y arruinarla.

«En Islandia, un país con patrimonio monumental inexistente y con una lengua que solo hablan sus nativos, el Gobierno ha decidido que para hacer frente a la crisis ha de redoblarse el apoyo a la educación y a la cultura, porque no hay riqueza más segura que la que proviene del saber, y porque en lo que hay que recortar no es en escuelas ni en museos ni laboratorios de investigación, sino en gastos suntuarios y altos cargos parásitos. España tiene una lengua global de la que provienen, según estudios económicos muy sofisticados, ingresos importantes y millares de puestos de trabajo, pero en algunos de los territorios a los que llegan más directamente esos beneficios el español es mirado como el idioma de los opresores y de los emigrantes pobres. A España, por azares históricos, le ha tocado el gran yacimiento de petróleo o la mina de oro de esa lengua, que a diferencia del petróleo o del oro no se va agotando según rinde beneficios y además no envenena el medio ambiente ni genera las desgracias de corrupción, desigualdad y pobreza que suelen dejar en el mundo esas materias primas.

«Pues precisamente en los asuntos relacionados con la difusión del español y la industria editorial nuestros Gobiernos llevan demostrando desde mucho antes de que empezara la crisis una mezcla de ineptitud y negligencia que se acentúa más cuanto más graves son las circunstancias. Estamos en la cola en los índices educativos y de investigación científica, pero somos líderes internacionales en piratería, y Gobiernos nacionales y autonómicos y Ayuntamientos que siguen tirando el dinero en nóminas de enchufados de diverso pelaje y en gastos suntuarios cierran bibliotecas, suprimen compras de revistas culturales y libros, cargan de impuestos letales a industrias ya debilitadas por la crisis y se niegan a defender con valentía y con el peso tajante de la ley el derecho a la supervivencia de los muchos millares de personas que dependen de los trabajos creativos.

«En un país con una de las grandes tradiciones literarias y artísticas más singulares del mundo, quienes se dedican a la literatura o a las artes, la música y el cine incluidos, despiertan un rechazo visceral entre muchos de sus compatriotas. Un escritor o un músico que reivindique a cara descubierta el derecho no ya a vivir de su trabajo, sino a recibir una mínima compensación por parte de quienes, pocos o muchos, disfrutan de él, recibirá comentarios de una agresividad que da escalofríos, bastante mayor que la que provoca un banquero o un político ladrón. La idea de que un libro, una película, un disco, generan un trabajo digno para las personas cualificadas gracias a las cuales llegan a existir, y que ese foco modesto de prosperidad irradia más allá de ellas, no parece que merezca la consideración ni de una parte del público ni de los dirigentes políticos.

«Es una tradición antigua. Nuestra literatura clásica está llena de ejemplos de celebración de la ignorancia y sospecha y escarnio del saber. En un entremés de Cervantes un candidato a alcalde de pueblo se enfurece cuando un adversario insinúa, para perjudicarlo, que sabe leer y escribir. Cuando el mayor mérito para prosperar en la vida es la sumisión al poderoso y casi cualquier libro puede contener un indicio de herejía, lo más saludable es la ignorancia. Ahora podríamos haber escarmentado y elegir fuentes de prosperidad más dignas y más seguras, basadas en todo lo mejor que tenemos. Pero quién va a tomar ejemplo de Islandia, cuando gracias a nuestra casta política nos han tocado paraísos como Eurovegas».

Antonio Muñoz Molina, Babelia El País 9-3-13