Prácticamente lo dicho en la crítica a Colores, de Amadís de Gaula, se podría aplicar en esta obra, La señorita Maravillas, presentada el lunes en la Muestra Teatro de Aquí. Con una agravante, que quien escribe y dirige este montaje es una actriz profesional.
Ella, y sus dos compañeros, con indudable vis cómica y tablas (Juan Napal procede del circo y tiene una presencia escénica notable) debieran ponerse al servicio de causas mejores. La estructura de la obra está cogida con pinzas; los esqueches tienen en general poca gracia y, pasada la sorpresa inicial del traje y la caracterización, no arrancan la sonsisa de nadie ajeno al grupo. Tal y como se mostraron, son primeros esbozos, ni siquiera borradores. Necesitarían al menos diez reescrituras. El único algo más divertido (la canción Soy una sosa) llega demasiado tarde como para empezar a reírnos. Las entradas y salidas fueron todas sucias y rompían el ritmo. El continuo trajín de cambios de vestuario no ayudó. Si los promotores de este montaje fueran espectadores habituales de las salas, podrían haber tratado de copiar, por ejemplo, a Comediants o a Kunka para ver distintas formas de cómo hilar las historias cortas sin dejar la escena vacía.
Una pena esos 50 minutos que, en términos taurinos no llegan ni a faena de aliño.