Mariana Pineda, heroina liberal ejecutada en 1831 en Granada por bordar en una bandera la leyenda Ley, Libertad, Igualdad y figura popularizada por García Lorca en una de sus primeras piezas dramáticas, es la protagonista de Amapola, el montaje que la compañía Lilura estrenó ayer viernes y que se puede ver hoy sábado y mañana domingo a las 20 horas, en la Escuela Navarra de Teatro. Teatro, danza y música basadas en un texto de reflexiones de José Ramón Fernández titulado Mariana.

Leire Lareki (Mariana), Irati del Valle (Esperanza, danza), Javier Urtasun (sombra, piano), María Laiglesia (abuela, cantante) y Marina Rodríguez (Mariana niña) integran un reparto dirigido por Fermín Cariñena, que ha contado como ayudante de dirección con Elur Olabide.

Las entradas cuestan 10 euros en taquilla.

La compañía navarra ha realizado una residencia en la ENT antes del estreno de una obra que respira memoria histórica y que a la vez “está plenamente vigente”. “Mucha gente conoce a Mariana Pineda a través de la obra que le dedicó Lorca, pero los más jóvenes seguramente ni saben quién es, aunque su discurso está completamente vigente, ya que en muchos sitios del mundo hoy hay personas jugándose la vida por sus ideas”, añade Cariñena, que hace casi un año estrenaba Santa Perpetua, otra historia sobre la memoria, esta vez del siglo XX.

Mariana Pineda, acusada de pertenecer a una conspiración liberal, pudo haberse salvado de haber delatado a sus supuestos cómplices. Se negó, asumió su destino “y, sin saberlo, esa decisión la convirtió en eterna”, dice el director.

La actriz elegida para dar vida a la heroína liberal es Leire Lareki. El director y ella se conocieron cuando rondaban los 18 años “e hicimos una Bernarda Alba en la que yo era Bernarda y Leire interpretaba a su madre, María Josefa”. Después de aquella experiencia, Lareki se fue a estudiar al Laboratorio William Layton de Madrid y Cariñena se matriculó en la ENT, “pero mantuvimos la amistad y siempre habíamos comentado que teníamos que hacer algo profesional juntos”.

La oportunidad se produjo este pasado verano. “Los dos estábamos buscando proyectos y le propuse esta historia”. La actriz al principio no pensó que fuera en serio, “y reconozco que me daba un poco de miedo hacer un monólogo, pero tampoco me lo pensé mucho”, indica, encantada de prestar su cuerpo, sus emociones y su voz a “una mujer luchadora que no te deja indiferente”. Para la intérprete, ha sido “un reto” enfrentarse a un personaje de semejante entidad. En un primer momento se inspiró en otros como Juana de Arco o Juana la Loca; luego “pensé en cosas que me acercan a ella y en cuáles me alejan; cómo sería en su día a día”, y poco a poco fue creándola durante el proceso de puesta en escena y “con la ayuda de las aportaciones de todos”, indica. “Sobre todo había que reflejar que era una mujer fuerte, luchadora, que eligió morir antes que señalar a nadie;algo así te hace preguntarte por qué darías tú la vida”, agrega la actriz.

TEATRO, DANZA, MÚSICA. La puesta en escena de Amapola nos presenta a Mariana Pineda en el calabozo. Y siempre junto a ella el pianista Javier Urtasun, que ha compuesto varios temas para el montaje y que representa a la muerte, “a esa tic tac” implacable “y al carcelero, a esas autoridades que la han metido ahí”, apunta Elur Olabide, para quien la música y la danza eran “dos contrapuntos necesarios” al texto. La primera es la sombra siempre presente, pero a ratos también evoca la infancia, ya que “María Laiglesia nos presta su preciosa voz en varios momentos del montaje”, dando vida a la abuela de la protagonista, que en su versión intantil está interpretada por Marina Rodríguez, de 8 años. Y la danza y la expresión corporal corren a cargo de Irati del Valle, en cuyas apariciones porta distintas máscaras “e invita a Mariana a visitar sus recuerdos”.

La mezcla de las distintas artes dota al espectáculo de una especial hondura estética y poética. “Aunque las palabras son muy bellas, el texto resulta muy duro, no podemos olvidar que estamos ante una mujer que va a morir;por eso quería darle más colores a la historia, hacer que Mariana se escapara a sus años infantiles, que entraran voces familiares…”, cuenta el director. Y Leire Larequi añade: “La obra recorre momentos del pasado, del presente, pero también otros imaginarios que le sirven de escape ante la situación tan difícil que afronta”.

Lilura se embarca, así, en un proyecto que se aleja “de las recetas más comerciales” para apostar “un doble desafío”: adaptar a la escena un texto no teatral y hacerlo con un relato sobre la muerte y la privación de libertad. “Queremos contar historias que nos remuevan”, indica Olabide. Y la de esta una mujer “que cambió la historia” lo es, sin duda.