La Escuela Navarra de Teatro ha programado para hoy, domingo, El grito en el cielo, de la compañía andaluza La Zaranda, una reflexión sobre cómo la sociedad contemporánea aborda la vejez, el dolor y la muerte. Los protagonistas son unos cuerpos desahuciados acabaron depositados en este almacén de órganos deteriorados sin posible regeneración. Una confortable y aséptica antesala de la muerte. Sin embargo, esas vidas reducidas a mecanismos orgánicos no han podido abolir totalmente la contraindicación de soñar. Y algunos deciden desertar del acto final de su destino, intentando una escapada de la defunción médicamente certificada, siguiendo un incierto mapa hacia la legendaria fuente de la eterna juventud.

La entrada cuesta 13 € en web y taquilla. Descuento (personas en situación de desempleo y anticipadas con descuento)  10 €. Venta únicamente en taquilla en días de función. Taquilla abierta desde hora y media antes de las funciones.

La Zaranda. Teatro Inestable de Andalucía la Baja. El grito en el cielo. Intérpretes: Celia Bermejo, Enrique Bustos, Gaspar Campuzano, Iosune Onraita y Francisco Sánchez. Música: Tannhaüser, Richard Wagner (transcripción para piano de Franz Liszt). Mambos de Pérez Prado. Adore te devote, Santo Tomás de Aquino. Autor: Eusebio Calonge. Dirección y espacio escénico: Paco de la Zaranda. Duración: 80’

Estrenada a primeros de mes en el festival Temporada Alta de Girona, la obra vuelve a echar mano del lenguaje sarcástico y el humor negro tan habitual en sus producciones. Y de Eusebio Calonge, su autor de cabecera. El grito en el cielo es el resultado de la investigación que la compañía llevó a cabo durante la pasada Bienal de Venecia. “Allí se formó el embrión de este trabajo confrontando los ensayos con el público”, explica Calonge, que partió desde el silencio. Sobre la temática, apunta que las “devastaciones del tiempo” siempre han sido “una obsesión” para La Zaranda. En este caso, se ha concretado en la vejez, algo que la sociedad actual “trata de esconder, con frecuencia de disfrazar”, y eso que en otro tiempo “fue objeto de veneración por el pozo de sabiduría y experiencia que guardaba”, como representaba también “la esperanza del otro lado del horizonte de la vida, una fe abolida completamente hoy como lo ha sido la espiritualidad del arte”.

Esta compañía siempre crea con la intención de no imponer nada y de que el público “extraiga su propia lectura” de lo que pone en escena, esta vez con una sencillez temática -unos ancianos tratando de escapar de una residencia- y con una gran delicadeza estética y ética, “enarbolando múltiples símbolos visuales que encadenan metáforas”. Y, en el fondo de todo, una reflexión sobre el modo en que la sociedad ha deshumanizado el modo en que abandonamos la vida. “Lo hemos estatalizado, banalizado; se piensa que es una solución meramente política o económica, y el Ser -que Calonge cita en mayúsculas- es algo que excede mucho esos discursos”. Y agrega: “En un mundo donde la vida se desacraliza, donde la vida no es sagrada, se instaura la mecanización del hombre, el sentido meramente re-productivo, y cuando se deja de ser útil a un engranaje, al consumo, por ejemplo, se es liquidable”.

Calonge construye este “ejercicio poético que va más allá de una realidad cotidiana” y que, sin embargo, se clava directamente en ella. Porque en este mundo en el que parece que la regulación de todos los aspectos de la vida nos da una falsa sensación de seguridad, “la libertad es algo que rápidamente puede petrificarse, dejarlo de ser y quedarnos con la cáscara de una palabra”; por eso “no podemos dejar de buscarla nunca”.

Nuevamente, La Zaranda imprime su sello de humor negro y surrealismo en sus proyectos. Como dice Calonge, el humor “es un camino muy directo para abrir la resistencia que puedan causar temas como los que abordamos” y es “lo que hace tolerable lo más doloroso”. En esta obra, como en todas, “podemos reírnos de nuestra tragedia porque la vida está llena de paradojas, afortunadamente”. En cuanto a la puesta en escena, “siempre intentamos expresar el máximo con lo mínimo”, simbolizando, así, “el mundo que cruzamos, aséptico y profiláctico, frío y duro”, que la compañía plasma en carros metálicos de ropa sucia.

Hace ya más de 35 años que este grupo comenzó a pisar las tablas y conserva lo esencial, “nuestro modo radical de entender el teatro como expresión poética, nuestro compromiso vivencial con él”. Y eso que, a juicio de Eusebio Calonge, hoy el teatro de creación “no interesa”. “Se quiere instaurar un simulacro, una convención que lo único que tiene que ver con el teatro es que se hace sobre un escenario”. Pero La Zaranda creció “en la adversidad” y eso “nos hizo fuertes”. “Los tiempos son muy duros y eso va a crear un teatro insobornable”, añade el escritor, que no puede evitar una media sonrisa cuando piensa en la cantidad de gente que hoy habla de teatro de resistencia. En su opinión, muchos de los que emplean este concepto “quieren decir que han dejado de nutrirse de subvenciones, porque piensan que sin los despachos no se puede hacer teatro; piensan que esto depende de cambios estructurales”, cuando el teatro “depende de la propia obra”. “Una obra capaz de crear la necesidad de verse sin recurrir a la infamia de publicitarse como un mero producto de consumo”, indica y recuerda que el camino que La Zaranda intentó “fue hacia dentro, lejos de las modas o los reconocimientos”, creando desde el dolor, porque “si algo no duele no merece la pena”.