André y Dorine. Compañía: Kulunka Teatro. Dramaturgia: Garbiñe Insausti, José Dault, Iñaki Rikarte, Edu Cárcamo, Rolando San Martín. Dirección: Iñaki Rikarte. Intérpretes: Garbiñe Insausti, José Dault, Edu Cárcamo. Lugar y fecha: Casa de Cultura de Zizur Mayor, 19/04/2013.

Amor se escribe con hache

Con hache intercalada. Como en Alzheimer. A lo largo del vivir, se van intercalando en el amor elementos extraños. A veces, su presencia es como una hache muda, que no lo perturba. Otras, esos elementos lo embarullan hasta hacer que su sonido sea inarticulable. André y Dorine, de la compañía Kulunka Teatro, ofrece una visión de un amor en el que se ha empotrado uno de esos visitantes indeseados: la enfermedad. El punto de partida del que extraen la trama es la historia real del filósofo André Gorz y su mujer, Dorine Keir. Ambos, octogenarios, se suicidaron en 2007 con una dosis letal de fármacos. El último libro de Gorz, publicado unos meses antes, llevaba por título Carta a D. Historia de un amor, y comienza así: “Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, sólo pesas cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca”. Dorine padecía una enfermedad degenerativa.

Haneke también va con hache. No sé si han visto su película más reciente, Amor. Es una de esas cintas europeas en las que no pasa nada. Salvo la vida. Casi nada. Lo menciono porque Amor recoge también una historia calcada a la de André Gorz y Dorine Keir. Me gustaría aclarar que el filme de Haneke es de 2012, mientras que la pieza de Kulunka se estrenó en el 2010. De todos modos, el director austro-alemán desarrolla la trama en un tono de crudo, aunque enternecedor, realismo, mientras que la compañía vasca tiñe el relato con la presencia de otro elemento precedido también por la omnipresente hache: el humor. Se diferencian también en el desenlace, en el que Kulunka ha preferido la sugerencia antes que la mirada directa y descarnada.

Y más haches: hay también horror y grandes dosis de humanidad. Kulunka presenta el deterioro causado por la enfermedad de Alzheimer sin esconder sus estragos. Se aprecia una investigación en el desarrollo de la dolencia, que se plasma en la minuciosidad y el verismo con el que se van mostrando sus síntomas, desde los olvidos iniciales, las repeticiones y apraxias, hasta la invalidez total. Pero las escenas suelen estar matizadas por un sentido del humor siempre oportuno, que hace más digerible para el espectador la dureza de las situaciones, sin restarles realismo. La obra camina en equilibrio sobre el límite entre el drama y la comedia, entre la emoción y la sonrisa. En este último lado se sitúan las escenas que muestran los años de juventud de la pareja, y que están dibujadas con un excelente sentido narrativo (en las elipsis, en la presentación de objetos que reconoceremos en su futuro…), amén de un con extraordinario cuidado por el detalle.

Además de haches, André y Dorine también tiene efes: las de Familie Flöz, la compañía alemana de teatro de máscaras con la que los miembros de Kulunka se han formado y de la que han tomado la estética para esta creación. Igual que las piezas de Familie Flöz, André y Dorine se construye exclusivamente con el gesto (vamos, que es muda, como las haches), y sorprende cuánta intención puede encontrar el espectador en la expresión inalterable de una máscara cuando el actor sabe emplear el resto de su cuerpo para transmitirla. Un espectáculo más que notable desde cualquier punto de vista.

Pedro Zabalza, en Diario de Noticias y en el blog Oscuro final.