Utopía. Autor e intérprete: Leo Bassi. Lugar y fecha: Auditorio de Barañáin. 26/11/11. Público: Media sala.

Confesiones de un payaso 

LEO Bassi entra en escena empujando un carrito de niño con ruedas gigantes. Va vestido con traje y abrigo, y lleva gafas oscuras y un bastón blanco. No sé por qué, pero algo me recuerda a Beckett. No espera a Godot, no obstante. Lo que espera es sublevar al público, contagiarle su furia hasta que, dice, salgamos del Auditorio de Barañáin para incendiar el Ayuntamiento de Pamplona. Dos horas después, Leo Bassi despide al público vestido de Carablanca delante de un gigantesco patito de goma. Sus proclamas incendiarias se han transformado en mensajes de buen rollo y en llamadas a la paciencia. ¿Qué ha pasado entre medio? ¿A qué se ha debido esta transformación de forma y de fondo? Algo he debido de perderme. Rebobinemos.
Tenemos a Bassi enfurecido. Se ha quitado las gafas oscuras. Ya no interpreta a un ciego. De hecho, dice no interpretar nada. Está verdaderamente enfadado. O interpreta a un personaje verdaderamente enfadado. En cualquier caso, afirma que esto que estamos viendo no es una obra de teatro, sino una llamada a la rebelión. Y habla de Lehman Brothers, de Wall Street, del Santander y de Botín, del PP, de Berlusconi, de la crisis y del golf. Sí, del golf. Odia el golf. Es un deporte de pijos. Momento Bassi en estado puro: por si hay pijos golfistas entre el público, toma media docena de huevos y un hierro cinco para lanzarlos al patio de butacas. Afortunadamente para el espectador, ahí sí estaba interpretando.
Repasando mentalmente el espectáculo, creo que es en este momento donde se produce el giro. Bassi ya no parece enfadado. Ahora habla con tono nostálgico del mundo del circo, al que él ha pertenecido por tradición familiar desde hace seis generaciones. Desde 1840 ha habido un Bassi en el circo, antes incluso de que se fundara Lehman Brothers. Ahora que este banco ha caído, él aún sigue: ergo los Bassi han ganado la partida. Bassi cuenta la historia de su abuelo en la Primera Guerra Mundial, y el trajeado hombre enfadado ha desaparecido ya por completo. Y yo se lo agradezco. No solo porque para lo que estaba contando antes ya tengo los periódicos, sino porque realmente la historia de ese payaso italiano alistado en el Ejército francés en mitad de un espectáculo (una anécdota que recuerda mucho a Balada triste de trompeta), cuyo mayor acto de heroicidad fue salvar un perro abandonado entre las líneas enemigas, es realmente hermosa y Bassi la cuenta bien. Creo que es el primer momento del espectáculo en el que mi interés se despierta, aunque sigo sin saber muy bien cómo hemos llegado aquí. No importa. Prefiero que Bassi me entretenga algo con sus viejas historias de payasos o con el relato final de las pinturas rupestres, donde encuentro algo del ingenio que no vislumbraba en el gris inicio.
Utopía me produce la impresión de ser un montaje algo deslavazado, irregular en su estructura y en su resultado. Una especie de cajón de sastre donde cabe un poco de todo. Y de la sastrería Bassi sale este traje no sé si de banquero o de payaso, pero, en cualquier caso, hecho a medida para él y para ese estilo suyo de monologar que parece el anticlub de la comedia, o el club de la anticomedia, aunque en ocasiones se acerque más al club de la salmodia. Lo salva, a mi parecer, el repentino e inesperado ataque de optimismo, aderezado con algunas pinceladas de ingenio.